Dominus Jesus
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    Documento de la Congregación romana para la Doctrina de la fe, antiguo Santo Oficio, del 6 de Agosto del 2000, sobre el dialogo ecu­mé­nico, el cual causó algu­nas discusiones y reacciones por los criterios en él recogidos.
   Algunos, como el Obispo del Brasil Pedro Casaldáli­ga, fueron frontalmente opuestos a su contenido. Otros como el prefecto de la citada Congregación Cardenal Ratzinger, lo defendieron con ardor.
   El centro de las discrepancias estaba en el concepto dominante en el documento sobre exclusividad de la verdad, la salvación fuera de la Iglesia, la autoridad dogmática del Primado en su magisterio ordinario.
   La prensa de algunos países, como "La Stampa" de Italia, rechazó de forma sensacionalista el  documento y promovió una campaña de desinformación. Olvidando que la Encíclica de Juan Pablo II "Ut unum sit", del 10 de Fe­brero del 2000, se identificaba con las mismas bases doctrinales, se pretendió convertir el documento en la barrera para el diálogo ecuménico. El objetivo del mismo era con todo otro: no desenfocar las líneas del diálogo y recordar las diferencias ideológicas y doctrinales para no construir sobre una base falsa, es decir sobre un mal entendido pacifismo, irenismo o incluso sincretismo religioso.
   En ambos documentos se reclamaban los criterios que deben ser innegociables en las relaciones interreligiosas y que pueden constituir las directrices para una buena educación ecuménica:
      - que la verdad revelada es definitiva y ya plena, no se pude negar ni ocultar, es innegociable y la Iglesia católica no puede abandonar algunas de sus verdades fundamentales para mejorar la relación con otras confesiones;
      - que la Iglesia tiene una misión recibida de Jesús y que la Iglesia sólo es una, porque la verdad no puede ser múltiple;
      - que Jesús quiso una Iglesia jerárquica y que el Primado del Obispo de Roma debe ser entendido y mantenido, por su carácter singular, identificado con la misión de Pedro, que no existe en los demás Obispos.
    Dicho así de claro y limpio, este mensaje puede ser inoportuno, pero no falso. Se puede discutir su interpretación y aplicación, pero no su esencia. Se puede exponer con más o menos claridad o suavizar su presentación su la oportunidad lo reclama, pero no se puede ni debe ignorar o disimular. Mal servicio presta al ecumenismo quien, por benevolencia pacifista, ignorara esta verdad o la disimula, sobre todo si no hablara con nobleza y claridad con las otras confesiones religiosas.
    Buscar subterfugios para entenderse con las otras confesiones es un error. Tal sucede cuando se afirma que hay dos economías de salvación: la del Verbo eterno para todos los hombres y la del Verbo encarnado para los cristianos; cuando se dice que la autoridad de Pe­dro se entiende de dos formas: la "compartida" del Obispo romano con los demás Obispos para los católicos que la quieran, la "repartida" de Pedro entre todos Obispos del grupo religioso que sea sin hacer distinción de formas o de circunstancias; cuando se piensa que el Reino de Dios es eterno y el Reino de Cristo cambia con la Historia.
   La doctrina católica tiene que ser ex­puesta con humildad, con veracidad y con caridad. Pero debe ser expuesta sin temor, complejo o disimulo. Para ello hay educar a los que viven el Evangelio en el verdadero mensaje ecuménico, el de la unidad en la verdad.